En su obra “Hamlet”, William Shakespeare plasmó la frase «Ser o no ser, esa es la cuestión», una pregunta con la que el personaje principal cuestiona si es más noble aceptar los caminos del destino o armarse contra un mar de adversidades y darles fin en el encuentro.
Hoy en día tenemos que transformar esa reflexión a “Consumir o no consumir”, una pregunta que pocos o muchos nos hacemos ante la crisis ecológica y climática que vivimos actualmente.
Hemos escuchado varias veces que los consumidores tienen el poder. Nosotros como consumidores podemos hacer crecer en muy poco tiempo las ventas de un producto y convertir a una empresa en millonaria. Pero ¿será que podemos usar ese mismo poder para dar marcha atrás al deterioro ambiental de nuestro entorno y de nuestros ecosistemas?
Algunos somos escépticos debido al obligado sistema económico en el que se basan nuestras sociedades, donde comprar es algo necesario para poder subsistir, por lo que muchos optamos por aceptar el destino de contaminación (Foto 3), de escasez de recursos (Foto 4) y de extinción de especies animales y vegetales (Foto 5).
Sin embargo, ¿qué crees que pasaría si tomáramos el camino de lucha contra las adversidades que nos presenta este fenómeno de consumismo? De entrada, sería muy difícil evitar ir a los comercios a conseguir los alimentos y artículos que necesitamos para mantener el confort de nuestra vida diaria.
Tal vez la pregunta no debería de ser “Consumir o no consumir”. Tal vez, lo que realmente tenemos que cuestionar es “Qué consumir y qué no consumir”.
En estos tiempos en los que nuestro consumo de recursos y nuestra huella ecológica sobrepasa la capacidad del planeta, lo que debemos de analizar es si habría alguna diferencia en comprar el pan que desayuno todos los días en un supermercado (Foto 6), donde el producto viene empaquetado debido a las grandes distancias que tiene que recorrer para llegar aquí, o comprar este alimento en la panadería de mi colonia (Foto 7) donde ha sido elaborado el mismo día muy cerca de mi casa y donde además puedo llevar mi propia contenedor para transportarlo hasta mi mesa.
A lo mejor, habría alguna diferencia entre comprar en una tienda departamental una bolsa de marca internacional (Foto 8) hecha con materiales plásticos y derivados de petróleo, a una bolsa de tela (Foto 9) bordada a mano por artesanos de mi ciudad.
Probablemente también, habría una diferencia entre comprar un litro de leche (Foto 10) que viene en un empaque de cartón plastificado, y comprar a granel un par de kilos de almendra para preparar yo misma mi propia leche vegetal (Foto 11)que podría almacenar en un frasco de vidrio para que al terminar mi producto lo pueda lavar y usar nuevamente.
Y si hubiera una diferencia entre comprar una nueva licuadora (Foto 12) o buscar a alguien que quisiera intercambiar una usada por ese suéter (Foto 13) que desde hace años tengo arrumbado en el armario.
Si empezamos a imaginar todos estos escenarios alternativos, de manera natural llegaríamos a la conclusión de que hay una oportunidad real de disminuir tanto nuestros desechos como nuestro consumo de recursos naturales, y que la clave para heredar un planeta (Foto 14) que pueda seguir sosteniendo la vida de nuestros hijos y nietos, está en lo que hagamos hoy con nuestro estilo de vida y nuestros hábitos de consumo.
Es muy cierto que el concepto de modernidad con el que hemos crecido tu y yo, dista mucho de estos escenarios alternativos. A nosotros se no ha enseñado que lo de mejor calidad debe de venir de muy lejos y debe tener una marca reconocida, que lo que tiene más empaques (Foto 15) es lo más fresco e inocuo, que lo mejor es estrenar y que si algo ya no nos sirve o ya no nos gusta lo botemos a la basura (Foto 16).
Es muy difícil que cambiemos estos hábitos de la noche a la mañana, pero si empezamos a imaginar una nueva realidad, tal vez analizaremos con detalle si lo que compro y consumo tiene un impacto a nivel ambiental, económico y social, así como un impacto local y global.
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